Con este trabajo desde nuestra publicación, celebramos hoy 8 de marzo, el quehacer de la mujer cubana dentro de la música, manifestación que ha dignificado en todos los tiempos.
Por Ana Victoria Casanova. Musicóloga y profesora.
Resultan apreciables los profundos cambios sociales operados en la nación cubana, no obstante las reminiscencias del androcentrismo imperante durante siglos, aún lastran determinados ámbitos de la cultura y la sociedad. La historia de nuestra música es uno de los aspectos a revisitar, pues ha silenciando, o tratado de manera insuficiente, los aportes de las creadoras y también de la gran mayoría de las intérpretes.
Este es el caso de la trinitaria María Catalina Prudencia Román de Berroa Ojea, conocida como Catalina Berroa, una de las más notables figuras de la creación e interpretación musical de Cuba. Privada de la posición que amerita en nuestra historia, sus actividades y contribuciones son poco conocidas, pues su personalidad artística se halla exenta en la gran mayoría de las fuentes bibliográficas y hemerográficas sobre música, es apenas mencionada en una minoría de trabajos.
A esto se añade su desfavorable condición de mujer negra y también que su carrera profesional acontece en la zona central de la isla alejada de la capital. Si bien Trinidad, su localidad natal, disfrutaba de un significativo nivel económico durante los inicios de la vida de Berroa, con posterioridad, hacia finales del siglo XIX, se convierte en una ciudad empobrecida. Había perdido su importante producción de azúcar,[1] junto a sus más de seis decenas de ingenios. No obstante, su plenitud económica pasada dejaba en herencia la existencia de grandes cantidades de esclavos (africanos y sus descendientes), y en consecuencia, un racismo que se exacerba aún más tras la abolición de la esclavitud en 1886.
A la par podemos agregar que esta misma sociedad, esclavista y colonialista, demandó para algunas féminas solo el conocimiento superficial y limitado de la música, como mera práctica de ocio y cultivo social; sin embargo para otras, el conocimiento de este arte constituyó un medio de vida. Tal es el caso de Berroa, perteneciente a la clase media “de color” de Trinidad, quien al igual que muchas mujeres negras y mulatas de la sociedad decimonónica, se destaca por su trabajo artístico y el afán de superación.[2] Ejemplo de esta dualidad fueron las muchas contradanzas cubanas para piano creadas por las aficionadas a la música que se editan en las publicaciones periódicas del siglo XIX; sin embargo, Catalina Berroa se revela en la segunda mitad de esta misma centuria, como la primera mujer dedicada de manera profesional a la composición, teniendo a su haber el cultivo de diversos géneros de la música, además de las labores de arreglista, intérprete y pedagoga.
En este último aspecto es considerada la mejor educadora de música de Trinidad,[3] destacan entre sus alumnos más aventajados su sobrino, José Manuel «Lico» Jiménez —durante los primeros años de estudios musicales de este—, así como María Arcís, Acela Duffay Pérez (con posterioridad, sobresaliente profesora de solfeo y piano, y fundadora del conservatorio Fran Liszt de Trinidad), Micaela Herr Grau y Catalina Powers.
Berroa funda e integra además un trío de música de cámara junto a Manuel Jiménez en el violín y Ana Luisa Vivanco al piano, mientras ella ejecutaba el chelo. Con esta agrupación toca en la Sociedad de Color “La Luz”. Forma parte de una orquesta y realiza diversas actividades como promotora y divulgadora de la cultura musical. Condujo la orquesta del Teatro Brunet de Trinidad, hecho este sorprendente en el contexto donde esta mujer negra se desenvolvió, y que significa la calidad de sus labores y habilidades en el arte de la dirección orquestal. En consecuencia, Berroa se erige como una de las mujeres precursoras de esta actividad en el plano no solo cubano, sino internacional, y se muestra entre los mejores músicos trinitarios y de Cuba.
Pese a que se desconoce quiénes fueron sus maestros, las pesquisas revelan que domina la ejecución de ocho instrumentos musicales: la guitarra, el violín, el clarinete, el violonchelo, la flauta, la mandolina, el piano y se destaca como organista de la Parroquia Mayor de Trinidad, liderando la capilla de música de esta iglesia por muchos años entre el último cuarto del XIX y los inicios del XX.
Berroa compuso todo tipo de música, incluida la sacra. Su catálogo se nutre de guarachas, himnos, valses y piezas religiosas para voz y piano, y voz y órgano. La mayoría de estas obras lamentablemente se hallan extraviadas al día de hoy; no obstante algunas han permanecido imperecederas en la memoria colectiva, como es el caso de la habanera titulada “La trinitaria”, compuesta en 1867. Esta canción devino himno de la ciudad que le vio nacer y constituyó un paradigma en el contexto musical de la época, no solo para Trinidad, sino para toda la nación:
Trinitaria eres prueba divina/
De lo bello que en Cuba se encierra/
Si eres linda también lo es tu tierra/
Que en lo hermoso parece un Edén./
Entre lomas se mece tú cuna/
Que embalsama las brisas errantes/
Y que arroyos de plata brillante/
Acarician soñando también./
No obstante los prejuicios de la época en que le tocó vivir, Catalina Berroa logró imponerse en el ámbito de la música y desafiar las demarcaciones de la censura y el racismo. Desde la perspectiva de nuestro presente, exponer algunas de las contribuciones de Berroa a la cultura musical cubana, es solo un homenaje ineludible a esta valiente mujer, a los ciento setenta y dos años de su natalicio.
NOTAS
[1] Venegas Delgado, Hernán. Trinidad de Cuba, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana, J. Marinello, La Habana, 2005, pp. 212-213.
[2] Valdés Alicia y Vinat, Raquel. Luces y sombras en el silencio. Negras y mulatas en la música cubana, no editado, 2014.
[3] Zayas Bringa, Enrique G. Club Catalina Berroa “In Memoriam”, inédito, 2014, p. 13.