Por Jesús Rojas Montes
Mi padre José Antonio Rojas Beoto (Ñico Rojas) 1921-2008, desde edades tempranas con uso de razón, significó en mi vida algo muy grande y sigue siendo así hasta hoy. Recuerdo que de niño tuvo siempre muchas atenciones con sus 4 hijos (reyes magos, regalos, mucho amor, cariño y especialmente esmerada educación; incentivo por el estudio profesional y respeto hacia las personas mayores. Del mismo modo no perdió ocasión para inculcarnos valores humanos muy positivos como la modestia, la sencillez, la honradez y la humildad, rasgos que siempre atesoró.
Tuve la suerte de estar de niño muy cerca de él. Sucede que por entonces más de un profesor de primaria le daban quejas a mis padres por mi mal comportamiento en la escuela, y eso hacía que él me llevara muchas veces al centro donde laboraba como Ingeniero Civil Proyectista (Edificio de Obras Publicas y Oficina de Proyectos en el Ayuntamiento), ubicados en la ciudad de Matanzas. Así fue que comencé a conocer el mundo de los planos, el dibujo técnico, la regla de cálculo y calculadoras mecánicas, todo ello influyó en mi inclinación a estudiar y graduarme como Ingeniero Civil.
Y si bien esa relación fue determinante en mi posterior desarrollo profesional, también papá influyó en todos nosotros por el amor a la música. En nuestra casa en Matanzas —donde todos sus hijos nacimos— se escuchaba mucha música: clásica, cubana, jazz, pop, rock, etc. Eso propició que mi hermana Lilliam estudiara piano, mis hermanos Tony y Johnny violín y yo guitarra. Estos estudios académicos fueron interrumpidos por la carrera de Medicina en el caso de mi hermana y Tony; y en mi caso por la Ingeniería. Por eso afirmo que gracias a mi padre siempre llevé la música en el alma, tanto que hasta hoy le dedico tiempo de mi vida.
Mi querido padre siempre mostró desinterés por el dinero, y prueba de ello fue que dos personalidades mediáticas de su tiempo (Lucho Gatica y Sabre Marroquín) le ofrecieron contratos cuantiosos para que se fuera a vivir al exterior con ellos. En en el caso de Lucho como su guitarrista acompañante, y Sabre lo quería como arreglista de música mexicana para la guitarra, pues en esos tiempos mi padre había hecho una versión para guitarra del corrido mexicano “Allá en el Rancho Grande”. Esta versión impactó mucho a Sabre; sin embargo, mi padre rechazó ambos contratos por el amor a la familia y a su país.
Eso en el ámbito musical, como ingeniero, impartió clases de forma gratuita durante varios años en el Instituto Politécnico José Martí, ubicado en el municipio Boyeros de la capital, para los estudiantes de nivel medio en la especialidad de Hidráulica. Para ellos escribió un libro técnico que fue publicado bajo el título de Acueducto, y ello sin reclamación monetaria alguna de su parte. Recuerdo que a finales de los 70´s, ya prácticamente sin poder tocar sus primeros solos de guitarra, los cuales poseían gran complejidad de ejecución, y ya aquejado de una artritis deformante en sus dos manos debido al desgaste en sus dedos al tocar su música, sin poseer la técnica adecuada, por ser autodidacta como guitarrista, lo escuché tocar sentado en la cama una obra para guitarra, que tituló Un monstruo llamado Carilda, dedicado a la gran poetisa matancera Carilda Oliver. De inmediato me doy a la tarea de grabárselo en una cassettera que teníamos en la casa acá en La Habana, y me contestó: “Jesusito estoy cansado hijo, mañana te la toco”, pero, desafortunadamente, nunca más la pudo recordar y tocar, como consecuencia se perdió para siempre la obra al no poderla transcribir. Ahora pensando en ello para mí esa obra era una de las más logradas de mi querido padre, por su melodía, armonía, cambios de ritmos, etc., y así ocurrió con varias obras para la guitarra que mi padre compuso y nunca grabó.
Mi padre fue un GRAN MAESTRO de las buenas relaciones humanas, durante muchos años envió centenares de postales de felicitación a propósito de los días destinados a las madres, los padres y por fin de año; nunca dejó de cultivar amistades. Recuerdo como con su vasta cultura universal era capaz de hacerse sentir diáfanamente en cualquier grupo sean amigos o desconocidos, tanto en la casa de Matanzas o acá en La Habana casi siempre lo visitaban los fines de semana amigos e interesados por conocerlo y tertuliar con él, y a todos siempre los atendió cordialmente, independiente del nivel cultural o capa social de estos.
Mi padre también fue ejemplar esposo Su trato, consideración y respeto a mi querida madre Eva Montes Cobián (1926-2017), el gran amor y empatía que se profesaban independientemente del nivel cultural entre ambos, hacía que formasen una pareja casi perfecta con casi sesenta años de matrimonio.
Sí, ciertamente he sentido una casi desmesurada admiración por él toda mi vida, no solo por el gran Ingeniero Civil e Hidráulico, músico, compositor y guitarrista fuera de serie que fue; sino y fundamentalmente por todos esos atributos y cualidades humanas que siempre definieron su vida, muy difícil de juntarlas todas en un ser humano, por eso siempre lo he catalogado como un SER EXCEPCIONAL.
