A un clásico de la canción trovadoresca: Graciano Gómez (*)

Por Ada Oviedo Taylor. Historiadora del Arte

* Versión de la ponencia presentada en el IX Coloquio Internacional Boleros de Oro.

Existen autores que con su obra han logrado trascender en el devenir histórico y llegar a generaciones tan distantes y con intereses tan diferentes al contexto social que lo generó; y es porque esta cumple con aquellos códigos imprescindibles para ser considerada dentro de la llamada tradición.

Graciano Gómez

Este es el caso de la obra de Graciano Gómez Vargas, la cual contribuyó a fijar los elementos estructurales, melódico-expresivos creados por la generación trovadoresca precedente que sirvieron de lenguaje común a hombres de diferentes épocas hasta la actualidad.

En entrevista realizada al trovador entonces octogenario, meses antes de su desaparición física, Graciano rememoraba su niñez en La Habana de principios del siglo xx, cuando ayudaba a aliviar la extrema pobreza familiar realizando diversos trabajos domésticos que compartía con sus primeros estudios en la Escuela de Beneficencia.

Este músico habanero nace el 28 de febrero de 1895, a solo cuatro días del reinicio de la contienda independentista organizada por José Martí.

Desde su adolescencia comparte junto a su padre Marcial el trabajo como torcedor en varias tabaquerías habaneras donde conoce del patriotismo de este sector. También aquí recibe la influencia de la buena literatura que tanto ayudaría en su fructífera labor como compositor.

Desde niño siente inclinación por la música, así disfrutaba del ambiente musical y rumbero en los solares vecinos que lo impulsan a realizar sus primeras composiciones de guarachas y pregones; luego el son, de auge creciente por la época.

Pero el encuentro con los grandes trovadores orientales José “Pepe” Sánchez, el Maestro, Alberto Villalón y Sindo Garay, a quien lo unió una estrecha amistad, marcó sin dudas su estilo en la composición.

Estos iniciadores llevan en sus voces y guitarras aquella nueva forma de decir y acompañar la canción cubana a la que llamaron bolero, género que cautivó a Graciano, y al cual dedicó una parte significativa de su creación con obras de una gran riqueza melódica y literaria.

Como fiel discípulo, se mantuvo apegado al estilo de los trovadores tradicionales, acompañándose de la guitarra, instrumento en el que alcanzó una excelente calidad interpretativa gracias a los estudios realizados con el profesor mexicano Ramón Donadio.

Así, con todo este arsenal sonoro, funda el dúo Los Americanos, junto a Santiago Small, estadounidense radicado en Cuba, quien, impresionado gratamente por los cantores de la época, llegó a ejecutar con criolla maestría el tres y los sones montunos orientales.

El dúo vocal-instrumental constituye el formato interpretativo preferente del cancionero tradicional cubano. Es precisamente con este formato que Graciano da a conocer su repertorio por los escenarios más prestigiosos de la capital y en los espacios habituales de los trovadores donde eran solicitados para amenizar con sus bien acopladas voces, guitarra y tres.

Durante dos décadas, hasta el fallecimiento de Santiago en 1929, el dúo fue presencia obligada en reuniones familiares, peñas, serenatas, en las tandas de trovadores de los más populares cines capitalinos y fueron de los primeros en actuar en la radio emisora, de la entonces, Compañía de Teléfonos.

En el legendario Café Vista Alegre, conocido como el “Cuartel general de los trovadores”, se intercambiaban sus creaciones como un verdadero taller de hacer buena música. Aquí Graciano comparte con la más selecta bohemia trovadoresca de la época, en dúos ocasionales e inolvidables mano a mano con Sindo y Guarionex Garay, Manuel Luna, Alberto Villalón, entre otros.

La década de 1930 abre a Graciano nuevas formas para difundir su obra. De una parte, populares intérpretes entre ellos Pablo Quevedo, “La voz de cristal”, llevó a planos estelares varios de sus boleros: Yo sé de una mujer, Corazón mío, Naciste así, Te acuerdas en la floresta, La mujer de nadie, entre otros. Por otra, la creación de su Cuarteto Selecto (luego quinteto) donde se unieron varios estilos interpretativos de trascendencia histórica para la música popular cubana; el tres de Isaac Oviedo, la guitarra de Graciano y la voz de aquel joven matancero recién llegado a La Habana, quien se convertirá en la Voz del Danzón, Barbarito Diez, la presencia del destacado pianista Rolando Scott, junto al bajista Juan Cisneros completan la nómina de esta agrupación.

Isaac, con su peculiar estilo de ejecutar el tres, perfecta digitación y sus virtuosas armonizaciones imprimía a la agrupación un sello tímbrico-sonoro inconfundible; con la voz de Barbarito se llega a un clímax de acabado estético; su dulce y bien timbrada voz llegó a deleitar a los auditorios más exigentes por lo que sus presentaciones eran reclamadas con frecuencia desde las peñas familiares hasta los más aristocráticos escenarios de la época.

Luego, en búsqueda de mayores posibilidades sonoras y debido al auge del son, Graciano funda el Sexteto Matancero, posteriormente ampliado a septeto y conjunto llevando el bolero a su variante sonera de gran arraigo popular en esos años.

Cuando Barbarito pasa definitivamente a integrar la orquesta del maestro Antonio María Romeu, su voz se mantiene vinculada al quehacer creativo Graciano, es quien convierte en clásico varias obras del catálogo del trovador: Lección de piano, Habanera ven, Cadencia tropical, En falso, entre las más escuchadas.

En la década de 1960 Graciano funda, junto a su inseparable Isaac, el Quinteto Típico Gómez-Oviedo, al que se integran como cantantes Ernesto Oviedo y Elio Enrique Casamayor.

Se mantuvieron actuando en diversos escenarios por toda la isla hasta que en 1973 Graciano se acoge a la jubilación, pero no se desvincula de sus creaciones y su guitarra, así lo vemos participar en las tradicionales peñas trovadorescas de la Casa de la Trova de San Lázaro, donde su presencia se hizo habitual.

De sus creaciones

Su amplio catálogo lo integraron más de trescientas obras, entre ellas una cantidad significativa de boleros y canciones, algunos inéditos, que lo convierten en uno de los más fieles continuadores de la estirpe trovadoresca.

Desde 1914, año en que dio a conocer su primera composición, hasta su octogenaria existencia cultivó diversos géneros como guajiras, sones, pregones, guarachas, criollas, que constituyen un fabuloso legado a la música popular cubana.

Los títulos abarcan una extensa variedad temática; desde el paisaje cubano, el amor a la naturaleza, el sentimiento patriótico hasta la admiración por la mujer, la relación amorosa en todas sus modalidades; frustración, desengaño, odio, sinceridad y muerte del ser amado, peculiar vertiente de la canción trovadoresca conocida como canción “macabra”.

El tema de mayor presencia en su obra es el amoroso, y nada mejor que a través del bolero,  caracterizado por una riqueza melódica a su vez sencilla.

La mujer, o quizás su idealización, es otro de los temas más tratados en su obra, canta no solamente a su belleza sino también a la mujer en el medio social injusto e inmoral  de épocas pasadas, presente en temas como Yo sé de una mujer:”… como un astro su luz entre la sombra/ del repugnante lodazal humano/ tan inconsciente de su oficio/ mística opción besé su mano/ y pensé que hay quien vive junto al vicio/ como vive una flor junto a un pantano/…”

Sus asiduas presentaciones en lugares visitados por la intelectualidad lo vinculan a personalidades de la literatura de la época como Gustavo Sánchez Galarraga (1892-1934), a quien lo unió una sincera amistad, de este binomio autoral surgieron obras como Lección de piano, Villanía, Ilusión de ayer, Sin decirte nada, y sus antológicos boleros, el mencionado Yo sé de una mujer y En falso. Otros autores que llevaron sus textos al pentagrama del maestro fueron Lorenzo Álvarez del Toro, Bienvenido Julián Gutiérrez, Domingo López, Jesús Rodríguez, y José Sanjurjo.

Se mantuvo activo y componiendo hasta su fallecimiento ocurrido el 22 de mayo de 1980.

La interpretación, salvaguarda y difusión de su obra, clásicos en el repertorio de la canción trovadoresca, se encuentran entre los principios que la tradición popular asume como única forma de mantenerla viva.

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