Buen día, Profe

Subo las escaleras corriendo y sofocada porque, para variar, se me hizo tarde una vez más. Me paro frente a su puerta cerrada, y golpeo dos veces, rezando porque no se haya dado cuenta de mi retraso. Desde dentro, responde que ya puedo pasar. Esbozo mi mejor sonrisa para esconder la culpa por mi tardanza. Empujo la puerta, pronunciando un “buen día profe”.

Allí está ella, imponente, magna, vistiendo una blusa de algún color vivo. Un “hola mi vida” o un “buenos días Lea” (en dependencia del tamaño de mi falta) anteceden a su cara que se asoma lentamente por detrás de la computadora, dejando entrever una media sonrisa que nunca logro descifrar. Se cierra la puerta y comienza la aventura.

Junto a Laura Vilar

Cada día desde octubre de 2018, momento en que comencé a formar parte de la familia del Centro de Investigación y Desarrollo de la Música Cubana, la oficina de Laura Vilar se convirtió en una parada obligada para mí. Llegar y subir a verla era parte de mi rutina diaria. Nuestros encuentros tenían todo tipo de matices. A veces conversábamos sobre proyectos futuros, del Cidmuc, de ella y, por supuesto, los míos. Otros días, nos sentábamos a tomar café, y entre sorbos, yo la ponía al tanto de las novedades culturales que sucedían en los demás espacios por los que transito, y ella me contaba de tiempos pasados. Alguna que otra vez nos enfrentamos, pues Laura me requería y yo no siempre tuve la capacidad de entender sus reclamos. Pero igual ‒y no pocas‒ iba a ella buscando consejo y refugio; hacíamos catarsis juntas, llorábamos; aunque siempre terminamos riendo.

Laura tenía una dualidad muy interesante en su carácter: podía ser la más comprensiva de las madres o la más exigente de las jefas. Sabía exactamente cuándo felicitarte por tus logros y buenos comportamientos, y cuando darte un baño de humildad y ponerte los pies en la tierra. Se enorgullecía con tus triunfos y se culpaba por tus fracasos.

Laura y yo éramos jefa y subordinada, profesora y discípula, colegas, madre e hija, amigas.

De ella aprendí mucho: el compromiso con el trabajo, la musicología cubana, la cultura de este país y con la Patria. Me enseñó a leer entre líneas, controlar mis impulsos y mi lengua, a escuchar, hacer equipo y, muy importante, respetar el talento ajeno. Me inculcó la importancia de decir lo que pienso, pero siempre buscando las palabras y el momento preciso. Me enseñó a pedir ayuda y a estar allí para quien lo pueda necesitar.

Viajamos juntas. Nos fuimos a Ciego de Ávila e hicimos trabajo de campo. Desfilamos junto al grupo músico-danzario de folklore caribeño La Cinta, en el festejo del 1ro. de agosto en Baraguá; tomamos soril y comimos arroz con coco. Estuvimos en una fiesta ritual haitiana y degustamos un brebaje bendito hecho a base de alcohol y hierbas místicas; escuchamos, entonces, los consejos de Francisco, un sabio de ascendencia haitiana que transmitía tanta confianza como respeto. Esperamos largas horas en el aeropuerto José Martí, compartimos habitación en Santiago de Cuba, expusimos juntas; asistimos a conciertos y bailamos hasta el cansancio con el Septeto Santiaguero.

Dicho con la seguridad de que pensarla es un hecho presente, creo que Laura y yo nos parecemos. Si bien podemos reír a carcajadas, también somos capaces ‒con las palabras más firmes‒ de realizar disparos en ráfaga. Nos gusta la investigación que se hace in situ, codo a codo con el portador y en defensa del patrimonio. Jugamos dominó, tomamos ron, bromeamos con las personas; nos encanta la cocina y amamos estar en familia. Recordarla decir “te pareces a mí cuando tenía tu edad”, hoy, se ha convertido en uno de mis mayores orgullos.

Subo las escaleras. Esta vez no tengo apuro, pues temo llegar al final del camino. Me paro frente a su puerta (porque para mí siempre será su oficina) y me preparo para tocar. Golpeo dos veces; y esta vez no me invita a pasar. Me siento en la butaca, justo delante de su puerta y respiro. La recuerdo, la imagino…la percibo.

Por más que lo intento, no logro recordar la primera vez que vi a Laura Vilar. Cuando se es joven no somos consciente de la importancia de cada momento. Para suerte mía, tuve tiempo de crecer junto a ella y construir una historia juntas. Ojalá la vida me permita honrarla y ser digna de haber sido su alumna, su colega … su amiga.

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